Si tienes una capilla de Adoración Perpetua cerca, ve a visitar a Nuestro Señor. Si no, tal vez puedes idear cómo iniciar una.
Digo que la Adoración Perpetua es un regalo porque no está disponible en todas las iglesias, por lo tanto, me siento verdaderamente bendecida porque la ofrecen en mi parroquia, desde hace más de 16 años.
Cuando empezó, mi papá, durante muchos años nos llevaba una hora. Mi marido y yo ayudábamos a cubrir la hora si él estaba ausente, pero en realidad nunca pensé en tomar mi propia hora, y nunca lo hice hasta el pasado diciembre, cuando sentí un llamado a pasar más tiempo con Jesús en el Santísimo Sacramento.
Sé que Dios obra en nuestras vidas de manera misteriosa, y realmente no había estado abierta a esas formas, sino hasta hace algunos años.
Una conexión con Dios
He estado involucrada con diferentes ministerios dentro de mi parroquia, haciéndolos como todos los hacemos, pero en realidad no me concentraba en lo que Dios quería que yo hiciera. A medida que me fui involucrando más en mi parroquia y ofreciéndome como voluntaria a hacer más cosas, me sentía más conectada con Dios.
Pude ver cómo Dios estaba trabajando en mi vida, cosas antes había creído que eran una coincidencia, eran en realidad guías y ayudas que Dios me daba. Por ejemplo, cuando salía de la casa (después de lo previsto, por lo que llegaría a tarde), y de alguna manera todas las luces de los semáforos estaban en verde y milagrosamente, lograba llegar a tiempo o incluso antes.
Dios también ha puesto a muchas personas en mi vida que me han ayudado, si las nombrara a todas, te aburriría, pero puedo decir que hay mucha gente con que la que trabajo en estrecha colaboración, a través de la iglesia, con quienes siento una conexión especial y no los tendría en mi vida si no fuera por mi pasión por Dios y por la Iglesia.
Estoy muy agradecida con Dios por estas personas increíbles. Me ayudan a superar algunos momentos difíciles y a reír incluso cuando pensaba que no podía.
Descubriendo el regalo de la Adoración
Mientras más tiempo invertía y más me involucraba en la Iglesia, me di cuenta de que siempre estaba dándole gracias a Dios (verbalmente, en el carro y donde sea que sintiera que Él estaba trabajando en mi vida), pero era sólo una tendencia general. No iba directamente a Él para decir gracias, y tenía ese regalo en mis manos cada vez que iba a la iglesia para trabajar en algunas cosas o ir a una reunión.
Así que finalmente, me decidí a ir a la capilla cuando sentía la necesidad, cuando estaba preocupada, frustrada, estresada o simplemente necesitaba despejar mi mente.
Empecé a notar que me sentía aliviada y un poco menos estresada cuando me iba. Así que un día en diciembre, decidí tomar una hora en nuestra capilla de Adoración perpetua y desde ese momento ha cambiado mi vida de una manera maravillosa para siempre. Veamos si puedo explicar cómo.
He tenido varios encuentros con Dios dentro de mi tiempo en la capilla de Adoración Perpetua. Algunas veces ese tiempo eran las horas que dedico a Él cada semana, pero muchas veces eran momentos que me detenía para darle gracias o hablar con Él acerca de algo que me estaba molestando.
Señales de Dios
A continuación te contaré una de mis experiencias más memorables (y poderosas):
Un día, fui a la capilla a rezar (no durante mi hora fija de adoración) acerca de algunos de los proyectos que había estado haciendo. Había tomado en el diseño de un nuevo sitio web para nuestra iglesia (soy profesora de matemáticas de la escuela secundaria por lo que no es mi campo de especialización), así como algunos otros proyectos relacionados con la iglesia y quería estar segura de que estaba haciendo lo que Él había planeado para mí.
Así que cuando me senté en la capilla rezando, una de las niñas de nuestra parroquia entró y nos entregó a mí y otra mujer (que estaba en su hora de adoración) un rosario. Ambas le dimos las gracias, yo por su nombre porque la conocía, y después ella salió de la capilla.
Seguí con mis oraciones, pero esta vez pidiendo a Dios que me diera una señal de que estaba haciendo lo que Él quería que hiciera. Dije:
"Por favor, dame una señal para saber que esto es lo que quieres de mí."
Yo acababa de terminar y la niña entró de nuevo, pero esta vez vino solo a mí y me entregó un rosario azul (el mismo color del rosario con el que siempre rezo). No sé por qué, pero al salir de la capilla, la miré y ella me sonrió y me mostró un pulgar hacia arriba. Lo supe entonces, ella había sido ese ángel enviado por Dios que me dejaba saber que estaba haciendo lo que Él me había pedido.
¡Qué increíble sentimiento y experiencia! Todavía me emociono cuando comparto esa historia.
Tuve otra experiencia verdaderamente divina recientemente, durante la hora de adoración fija que paso con el Señor en la Capilla.
Resumiré brevemente ese día para que puedan entender mejor la historia. Empecé el día sábado, con la misa a las 8 am y luego tomé el primero de mis exámenes finales de mi programa de doctorado en Teología. Tuve el examen desde las 9am hasta las 2pm. Yo había pensado que me llevaría un par de horas, tal vez dos o tres, para terminarlo, pero necesité las cinco horas enteras y lloré varias veces porque era bastante difícil.
Entonces busqué a mis hijos en casa de mis suegros (que me estaban haciendo el favor de cuidarlos), y fuimos a un festival local donde mi marido estaba trabajando como voluntario del equipo de emergencia. Nos quedamos allí por un tiempo y luego nos dirigimos a la fiesta sorpresa para mi suegro en un restaurante local. ¿Mencioné que el día era extremadamente caliente y húmedo?
Así que para cuando había terminado con todo eso, estaba exhausta, pero hora después tendría mi turno de adoración al Santísimo Sacramento a las 9pm.
Estaba tan cansada que quería pedirle a mi compañero de oración que tomara la hora él solo, pero antes de que tuviera oportunidad, me envió un mensaje y me preguntó si yo iba a estar allí. Dije sí. Me dijo que iba a ir temprano para poder salir temprano, ya que él aún tenía su horario invertido (él había regresado la noche anterior de estar 2 semanas fuera del país en otro con un huso horario distinto). Le dije que no había problema, pero me di cuenta que ahora tenía la obligación de ir.
Así que fui, a pesar de estar tan cansada de mi examen y de todo el ajetreo del día, pero olvidé por completo todos mis libros de oraciones y otras lecturas que por lo general llevo a la capilla.
Definitivamente no fue mi día, pero Dios trabaja de maneras misteriosas. Sentía que Él me estaba llamando a hacer más de lo que estaba haciendo. Como estaba en la capilla esa noche y ya había hecho todas las oraciones que se me ocurrieron, busqué en la biblioteca algo para leer, y me encontré con lo que Dios me estaba llamando a hacer.
Leí un libro llamado "Milagros de 5 minutos", de Linda Schubert. En este libro, leí cómo no sólo estamos llamados a orar por la gente, que es lo que hago todo el tiempo, sino que también, estamos llamados a orar CON la gente. ¡Qué idea tan MARAVILLOSA! Así que compartí eso en Facebook y tenía muchas personas que decían que les encantaría que rezara con ellos. Estoy muy emocionada.
Así que si quieres que ore contigo, ¡pregúntame en cualquier momento! Estoy muy inspirada en mi vida y Dios ha sido tan bueno conmigo, al darme el mejor esposo y unos hijos que nadie podría pedir, una buena familia y amigos y una parroquia que es solidaria y acogedora, soy una mujer verdaderamente bendecida.
Si tienes una capilla de Adoración Perpetua cerca, ve a visitar a Nuestro Señor. Comienza a ir a verlo sólo por un tiempo y luego pasa tiempos más largos. Si te sientes conmovido, toma una hora. Les puedo decir, será la mejor hora (tal vez con excepción de la misa) de su semana.
Si no tienes una capilla Adoración Perpetua cerca de ti, tal vez puedas idear cómo iniciar una. ¡Nunca es muy tarde!
Fuente: PildoraDeLaFe web / Publicado por: O.Revette 22.03.2019
Tal vez sea lo más conocido del servicio desempeñado por el diácono en la Misa, el ser el encargado de la proclamación del Evangelio, pero también realiza otro oficio clave en la celebración y es su desempeño como el ministro encargado del Cáliz, por eso el directorio de los diáconos reza: “en el altar desarrolla el servicio del cáliz y del libro“. Cuando el diácono eleva el Cáliz que ya porta la Sangre de Cristo durante la doxología final de la plegaria eucarística no lo hace como ayuda al celebrante, ni como detalle que realce la ceremonia, sino como desempeño de un ministerio que le es propio y por eso el Cáliz solo lo debe de acercar el diácono, exactamente igual que su exclusividad ministerial para proclamar el Evangelio, es el portar el Cáliz, no por presidencia, sino por oficio. Los diáconos siempre deben comulgar bajo las dos especies y ellos son los que sumen la Sangre sobrante.
¿Por qué vino?
Cuando se preparan las ofrendas para la misa puede surgir la pregunta: ¿Porque vino? Todo tiene un sentido: el pan es el cuerpo, el vino la sangre. ¿Qué es el cuerpo para un judío?: expresión de la persona, por eso el cuerpo es sagrado, por eso en el matrimonio hay entrega del cuerpo, se entrega la vida entera. “El que entrega el cuerpo, entrega la vida“. La unión de los esposos es sacramental y matrimonial. Entregando la vida se entrega el matrimonio, los hijos, los bienes, la salud, todo lo positivo, todo lo que se nos regala. Esto es el pan.
Los fieles ponen la vida entera si hemos entregado la vida. ¿Qué nos queda?, pues la sangre. Para un judío la sangre es la muerte porque si se pierde la sangre, se pierde la vida. Al preparar el vino preparamos la muerte a Cristo, que nos da su muerte. La muerte de cada día son nuestros fracasos, nuestros dolores espirituales o morales. Con el vino entregamos lo que nos conduce a la muerte, lo negativo. Por eso no tiene sentido decir. “no voy a misa porque estoy mal”. Para eso está el vino, la sangre. Para que la misa sea válida, el que preside debe de tomar el cuerpo y la sangre. El ir a misa es ofrecer la vida. A veces hay más pan, otras más vino. A veces la patena y el cáliz pesan poco. Levantando el Cáliz, el diácono levanta todo el dolor, las miserias, nuestros pecados, que han sido y son pagadas al más alto precio, la gloriosa sangre derramada por nuestro redentor.
Ángeles y diáconos
Es conocida la relación alegórica entre los ángeles y los diáconos, en cuanto que los ángeles anuncian a Dios y los diáconos anuncian la Palabra de Dios. Por eso no es difícil encontrarnos en pinturas antiguas a ángeles revestidos con dalmáticas.
Pues no solo es una similitud en el anuncio, sino que también tienen una relación alegórica en su ministerio con el Cáliz, ya que un ángel fortalece a Jesús ayudándole durante su pasión, apareciendo cuando Cristo pide al Padre que aleje de si ese Cáliz. Jesucristo, con gotas de sangre sobre su frente, es ayudado por el ángel a beber ese Cáliz designio divino del Padre, algo que con similitud realizan los diáconos con los fieles en la Eucaristía, les acerca la Copa de la Salvación invocando el nombre de Jesucristo: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” Salmo 115.
Fracasar como diácono es muy fácil, basta con seguir estos quince sencillos pasos y la debacle estará asegurada, a menos que el Señor intervenga con su gracia.
Manual para fracasar como diácono:
1. Haberse ordenado sin haber tenido experiencia de Jesús (la más importante de todas).
2. Creer que el ministerio es una carrera y no una vocación.
3. Pensar que aquí se asciende como en la milicia.
4. Abandonar poco a poco la oración, empezando por la Liturgia de las Horas, argumentando demasiado trabajo laboral, familiar o pastoral.
5. Aislarse de los demás hermanos diáconos.
6. Celebrar la Palabra, responsos o bautizos sólo si hay gratificación económica. Eso es creer que la comunidad no merece santificarse con las celebraciones.
7. Asistir a la Eucaristía como un mero rito carente de sentido en el que lo importante es acabar.
8. Perderle sentido a predicar la Palabra de Dios.
9. Hablar de todo en la homilía, menos de la Palabra.
10. Haber pensado que en la Iglesia todo es bondad y que no hay maldad en el corazón de sus miembros.
11. Ver al obispo como un patrón y no como un servidor.
12. Ver a los sacerdotes como competidores.
13. No confesarse permanentemente.
14. No tener un director espiritual.
15. Creer que es un empleado de su parroquia como una empresa y no su comunidad.
Respuesta del legionario de Cristo, el padre Edward McNamara, profesor de liturgia y decano de teología en la universidad Regina Apostolorum en ZENIT.
P: Mis amigos y yo hemos estado discutiendo cuál es la razón por la que el diácono se arrodilla en la epiclesis de la misa y no cuando la congregación se arrodilla. Sé que está especificado en la Instrucción General del Misal Romano (GIRM), pero nos interesa la razón teológica o simbólica, si la hay. – MT, Chicago
R: Una de las causas para no encontrar ninguna razón teológica o simbólica en particular para esta diferencia es probablemente que no hay ninguna.
Las razones de las diferencias son principalmente de naturaleza práctica.
En primer lugar, debe observarse que esta diferencia solo se encuentra en algunos países como los Estados Unidos.
El GIRM en uso en Inglaterra y Gales dice lo siguiente:
“43. … Pero deben arrodillarse en la consagración, excepto cuando se evite en ocasiones por razones de salud, falta de espacio, la gran cantidad de personas presentes o alguna otra buena razón. Los que no se arrodillan deben hacer una profunda reverencia cuando el sacerdote hace una genuflexión después de la consagración. Sin embargo, depende de la Conferencia de Obispos adaptar los gestos y posturas descritos en la Orden de la Misa a la cultura y las tradiciones razonables de la gente. Sin embargo, la Conferencia debe asegurarse de que tales adaptaciones se correspondan con el significado y el carácter de cada parte de la celebración.
“Donde la práctica es que las personas permanezcan arrodilladas después del Santuario hasta el final de la Oración Eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice: Ecce Agnus Dei (Este es el Cordero de Dios), esta práctica se conserva de manera lauda. “Con vistas a una uniformidad en los gestos y posturas durante una misma celebración, los fieles deben seguir las instrucciones que el diácono, el ministro laico o el sacerdote dan de acuerdo con lo que se indica en el Misal”.
En los Estados Unidos, sin embargo, este mismo número dice:
“En las diócesis de los Estados Unidos de América, deben arrodillarse a partir del canto o la recitación del Sanctus (Santo, Santo, Santo) hasta después del Amén de la Oración Eucarística, excepto cuando sea impedido en alguna ocasión por mala salud o por razones de la falta de espacio, de la gran cantidad de personas presentes, o por otra causa razonable. Sin embargo, aquellos que no se arrodillan deben hacer una profunda reverencia cuando el Sacerdote hace una genuflexión después de la Consagración. Los fieles se arrodillan ante el Agnus Dei (Cordero de Dios) a menos que el Obispo diocesano determine lo contrario.
“En aras de la uniformidad en los gestos y las posturas corporales durante una misma celebración, los fieles deben seguir las instrucciones que el diácono, un ministro laico o el sacerdote, según lo que se establece en el Misal”.
La traducción británica refleja la versión latina definitiva del misal. La versión de los Estados Unidos determina una práctica alternativa para los Estados Unidos que ha sido debidamente aprobada por la Santa Sede como ley particular.
De hecho, fue después de aprobar la petición de los obispos de EE. UU. Que la Santa Sede modificó el texto original para incluir la frase: “¿Dónde está la práctica de que la gente permanezca después del Santuario hasta el final de la Oración Eucarística y antes de la Comunión? cuando el sacerdote dice Ecce Agnus Dei (Este es el Cordero de Dios), esta práctica se conserva de manera legítima ”. Esto significa que si otras conferencias de obispos deseaban retener esta práctica, pudieron hacerlo sin tener que recurrir a la Santa Ver para el permiso.
Con respecto al diácono, la GIRM dice:
“179. Durante la oración eucarística, el diácono se encuentra cerca del sacerdote, pero ligeramente detrás de él, para que cuando sea necesario pueda ayudar al sacerdote con el cáliz o el misal.
“Desde la epiclesis, hasta que el sacerdote muestra el cáliz, el diácono generalmente permanece arrodillado. “Si varios diáconos están presentes, uno de ellos puede colocar incienso en el incensario para la Consagración e incienso al huésped y al cáliz en la elevación”.
Por lo tanto, el diácono básicamente sigue la práctica universal a pesar de que existe una variación legítima de la postura de las personas en los Estados Unidos.
Esto se debe a que el adecuado papel ministerial del diácono usualmente requiere que permanezca en pie, excepto durante la consagración.
Por ejemplo, entre sus deberes estaría ayudar al sacerdote con el misal durante la oración eucarística.
Del mismo modo, si se utilizan paletas de cáliz, destaparía cualquier cáliz inmediatamente antes de la epiclesis y reemplazaría las paletas después de la aclamación conmemorativa.
Ciertamente, tendría que estar de pie antes del final de la Oración Eucarística para acompañar al sacerdote durante la doxología final al levantar el cáliz.
Finalmente, el diácono en el altar nunca debe hacer ningún acto litúrgico mientras está arrodillado. Nunca debe aparecer una mano debajo del altar para cambiar una página o quitar un cáliz.
Como se mencionó, la capa debe eliminarse antes de la epiclesis o, si la presencia de polvo o insectos requiere que se mantenga tanto como sea posible, el sacerdote puede eliminarlo él mismo, al igual que puede pasar la página si es necesario.
Por lo tanto, el diácono solo debe arrodillarse durante la consagración ya que su ministerio como diácono lo requiere.
En algunos casos, como la necesidad de ayudar a un sacerdote anciano frágil, o la necesidad de sostener un micrófono para que el sacerdote pueda ser escuchado, el diácono y, de hecho, otro ministro adecuado podrían permanecer de pie incluso durante la consagración.
Gracias Mons. José Luis Escobar Alas, arzobispo de San Salvador, por las palabras de bienvenida que me dirigió en nombre de todos. Me alegra poder encontrarlos y compartir de manera más familiar y directa sus anhelos, proyectos e ilusiones de pastores a quienes el Señor confió el cuidado de su pueblo santo. Gracias por la fraterna acogida.
Poder encontrarme con ustedes es también “regalarme” la oportunidad de poder abrazar y sentirmemás cerca de vuestros pueblos, poder hacer míos sus anhelos, también sus desánimos y, sobre todo, esa fe“corajuda” que sabe alentar la esperanza y agilizar la caridad. Gracias por permitirme acercarme a esa feprobada pero sencilla del rostro pobre de vuestra gente que sabe que «Dios está presente, no duerme, está activo, observa y ayuda» (S. Óscar Romero, Homilía, 16 diciembre 1979).
Este encuentro nos recuerda un evento eclesial de gran relevancia. Los pastores de esta región fueron los primeros que crearon en América un organismo de comunión y participación que ha dado —y sigue dando todavía— abundantes frutos. Me refiero al Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC). Un espacio de comunión, de discernimiento y de compromiso que nutre, revitaliza y enriquece vuestras Iglesias. Pastores que supieron adelantarse y dar un signo que, lejos de ser un elemento solamente programático, indicó cómo el futuro de América Central —y de cualquier región en el mundo— pasa necesariamente por la lucidez y capacidad que se tenga para ampliar la mirada, unir esfuerzos en un trabajo paciente y generoso de escucha, comprensión, dedicación y entrega, y poder así discernir los horizontes nuevos a los que el Espíritu nos está llevando[1] (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 235).
En estos 75 años desde su fundación, el SEDAC se ha esforzado por compartir las alegrías y tristezas, las luchas y esperanzas de los pueblos de Centroamérica, cuya historia se entrelazó y forjó con la historia de vuestra gente. Muchos hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, han ofrecido su vida hasta derramar su sangre por mantener viva la voz profética de la Iglesia frente a la injusticia, el empobrecimiento de tantas personas y el abuso de poder. Ellos nos recuerdan que «quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 107). Y esto, no como limosna sino como vocación.
Entre esos frutos proféticos de la Iglesia en Centroamérica me alegra destacar la figura de san Óscar Romero, a quien tuve el privilegio de canonizar recientemente en el contexto del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes. Su vida y enseñanza son fuente constante de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos.
El lema que escogió para su escudo episcopal y que preside su lápida expresa de manera clara suprincipio inspirador y lo que fue su vida de pastor: “Sentir con la Iglesia”. Brújula que marcó su vida en fidelidad, incluso en los momentos más turbulentos.
Este es un legado que puede transformarse en testimonio activo y vivificante para nosotros, también llamados a la entrega martirial en el servicio cotidiano de nuestros pueblos, y en este legado me gustaría basarme para esta reflexión que quiero compartir con ustedes. Sé que entre nosotros hay personas que lo conocieron de primera mano —como el cardenal Rosa Chávez— así que, Eminencia, si considera que me equivoco con alguna apreciación me puede corregir. Apelar a la figura de Romero es apelar a la santidad y al carácter profético que vive en el ADN de vuestras Iglesias particulares.
Sentir con la Iglesia
1. Reconocimiento y gratitud
Cuando san Ignacio propone las reglas para sentir con la Iglesia busca ayudar al ejercitante a superar cualquier tipo de falsas dicotomías o antagonismos que reduzcan la vida del Espíritu a la habitual tentación de acomodar la Palabra de Dios al propio interés. Así posibilita al ejercitante la gracia de sentirse y saberse parte de un cuerpo apostólico más grande que él mismo y, a la vez, con la consciencia real de sus fuerzas y posibilidades: ni débil pero tampoco selectivo o temerario. Sentirse parte de un todo, que será siempre más que la suma de las partes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 235) y que está hermanado por una Presencia que siempre lo superará (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 8).
De ahí que me gustaría centrar este primer Sentir con la Iglesia, de la mano de san Óscar, como acción de gracias y gratitud por tanto bien recibido, no merecido. Romero pudo sintonizar y aprender a vivir la Iglesia porque amaba entrañablemente a quien lo había engendrado en la fe. Sin este amor de entrañas será muy difícil comprender su historia y conversión, ya que fue este mismo amor el que lo guió hasta la entrega martirial; ese amor que nace de acoger un don totalmente gratuito, que no nos pertenece y que nos libera de toda pretensión y tentación de creernos sus propietarios o los únicos intérpretes. No hemos inventado la Iglesia, ella no nace con nosotros y seguirá sin nosotros. Tal actitud, lejos de abandonarnos a la desidia, despierta una insondable e inimaginable gratitud que lo nutre todo. El martirio no es sinónimo de pusilanimidad o de la actitud de alguien que no ama la vida y no sabe reconocer el valor que esta tiene. Al contrario, el mártir es aquel que es capaz de darle carne y hacer vida esta acción de gracias.
Romero sintió con la Iglesia porque, en primer lugar, amó a la Iglesia como madre que lo engendró en la fe y se sintió miembro y parte de ella.
2. Un amor con sabor a pueblo
Este amor, adhesión y gratitud, lo llevó a abrazar con pasión, pero también con dedicación y estudio, todo el aporte y renovación magisterial que el Concilio Vaticano II proponía. Allí encontraba la mano segura en el seguimiento de Cristo. No fue ideólogo ni ideológico; su actuar nació de una compenetración con los documentos conciliares. Iluminado desde este horizonte eclesial, sentir con la Iglesia es para Romero contemplarla como Pueblo de Dios. Porque el Señor no quiso salvarnos aisladamente sin conexión, sino que quiso constituir un pueblo que lo confesara en la verdad y lo sirviera santamente (cf. Const. dogm.Lumen gentium, 9). Todo un Pueblo que posee, custodia y celebra la «unción del Santo» (ibíd., 12) y ante el cual Romero se ponía a la escucha para no rechazar Su inspiración (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 16 julio 1978). Así nos muestra que el pastor, para buscar y encontrarse con el Señor, debe aprender y escucharlos latidos de su pueblo, percibir “el olor” de los hombres y mujeres de hoy hasta quedar impregnado desus alegrías y esperanzas, de sus tristezas y angustias (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1) y así escudriñar la Palabra de Dios (cf. Const. dogm. Dei Verbum, 13). Escucha del pueblo que le fue confiado, hasta respirar y descubrir a través de él la voluntad de Dios que nos llama (cf. Discurso durante el encuentro para la familia, 4 octubre 2014). Sin dicotomías o falsos antagonismos, porque solo el amor de Dios es capaz de integrar todos nuestros amores en un mismo sentir y mirar.
Para él, en definitiva, sentir con la Iglesia es tomar parte en la gloria de la Iglesia, que es llevar en sus entrañas toda la kénosis de Cristo. En la Iglesia Cristo vive entre nosotros y por eso tiene que ser humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente, no es la Iglesia de la kénosis (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 1 octubre 1978).
3. Llevar en las entrañas la kénosis de Cristo
Esta no es solo la gloria de la Iglesia, sino también una vocación, una invitación para que sea nuestra gloria personal y camino de santidad. La kénosis de Cristo no es cosa del pasado sino garantía presente para sentir y descubrir su presencia actuante en la historia. Presencia que no podemos ni queremos callar porquesabemos y hemos experimentado que solo Él es “Camino, Verdad y Vida”. La kénosis de Cristo nosrecuerda que Dios salva en la historia, en la vida de cada hombre, que esta es también su propia historia y allí nos sale al encuentro (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 7 diciembre 1978). Es importante, hermanos, que no tengamos miedo de tocar y de acercarnos a las heridas de nuestra gente, que también son nuestras heridas, y esto hacerlo al estilo del Señor. El pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo; es más, podríamos decir que el corazón del pastor se mide por su capacidad de dejarse conmover frente a tantas vidas dolidas y amenazadas. Hacerlo al estilo del Señor significa dejar que ese sufrimiento golpee y marque nuestras prioridades y nuestros gustos, el uso del tiempo y del dinero e incluso la forma de rezar, para poder ungirlo todo y a todos con el consuelo de la amistad de Jesucristo en una comunidad de fe que contenga y abra un horizonte siempre nuevo que dé sentido y esperanza a la vida (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). La kénosis de Cristo implica abandonar la virtualidad de la existencia y de los discursos para escuchar el ruido y la cantinela de gente real que nos desafía a crear lazos. Y permítanme decirlo: las redes sirven para crear vínculos pero no raíces, son incapaces de darnos pertenencia, de hacernos sentir parte de un mismo pueblo. Sin este sentir, todas nuestras palabras, reuniones, encuentros, escritos serán signo de una fe que no ha sabido acompañar la kénosis del Señor, una fe que se quedó a mitad de camino.
La kénosis de Cristo es joven
Esta Jornada Mundial de la Juventud es una oportunidad única para salir al encuentro y acercarse aún más a la realidad de nuestros jóvenes, llena de esperanzas y deseos, pero también hondamente marcada por tantas heridas. Con ellos podremos leer de modo renovado nuestra época y reconocer los signos de los tiempos porque, como afirmaron los padres sinodales, los jóvenes son uno de los “lugares teológicos” enlos que el Señor nos da a conocer algunas de sus expectativas y desafíos para construir el mañana (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 64). Con ellos podremos visualizar cómo hacer más visible y creíble el Evangelio en el mundo que nos toca vivir; ellos son como termómetro para saber dónde estamos como comunidad y sociedad.
Ellos portan consigo una inquietud que debemos valorar, respetar, acompañar, y que tanto bien nos hace a todos porque desinstala y nos recuerda que el pastor nunca deja de ser discípulo y está en camino. Esa sana inquietud nos pone en movimiento y nos primerea. Así lo recordaron los padres sinodales al decir: «los jóvenes, en ciertos aspectos, van por delante de los pastores» (ibíd., 66). Nos tiene que llenar de alegría comprobar cómo la siembra no ha caído en saco roto. Muchas de esas inquietudes e intuiciones han crecido en el seno familiar alimentadas por alguna abuela o catequista, o en la parroquia, en la pastoral educativa o juvenil. Inquietudes que crecieron en una escucha del Evangelio y en comunidades con fe viva y ferviente que encuentra tierra donde germinar. ¡Cómo no agradecer tener jóvenes inquietos por el Evangelio! Esta realidad nos estimula a un mayor compromiso para ayudarlos a crecer ofreciéndoles más y mejores espacios que los engendren al sueño de Dios. La Iglesia por naturaleza es Madre y como tal engendra e incuba vida protegiéndola de todo aquello que amenace su desarrollo. Gestación en libertad y para la libertad. Los exhorto pues, a promover programas y centros educativos que sepan acompañar, sostener y potenciar a susjóvenes; “róbenselos” a la calle antes de que sea la cultura de muerte la que, “vendiéndoles humo” y mágicassoluciones se apodere y aproveche de su imaginación. Y háganlo no con paternalismo, de arriba a abajo, porque eso no es lo que el Señor nos pide, sino como padres, como hermanos a hermanos. Ellos son rostro de Cristo para nosotros y a Cristo no podemos llegar de arriba a abajo, sino de abajo a arriba (cf. S. Óscar Romero, Homilía, 2 septiembre 1979).
Son muchos los jóvenes que dolorosamente han sido seducidos con respuestas inmediatas que hipotecan la vida. Nos decían los padres sinodales: por constricción o falta de alternativas se encuentran sumergidos en situaciones altamente conflictivas y de no rápida solución: violencia doméstica, feminicidios—qué plaga que vive nuestro continente en este sentido—, bandas armadas y criminales, tráfico de droga, explotación sexual de menores y de no tan menores, etc., y duele constatar que en la raíz de muchas de estas situaciones se encuentra una experiencia de orfandad fruto de una cultura y una sociedad que se fue “desmadrando”. Hogares resquebrajados tantas veces por un sistema económico que no tiene comoprioridad las personas y el bien común y que hizo de la especulación “su paraíso” desde donde seguir “engordando” sin importar a costa de quién. Así nuestros jóvenes sin hogar, sin familia, sin comunidad, sinpertenencia, quedan a la intemperie del primer estafador.
No nos olvidemos que «el verdadero dolor que sale del hombre, pertenece en primer lugar a Dios» (Georges Bernanos, Diario de un cura rural, 74). No separemos lo que Él ha querido unir en su Hijo.
El mañana exige respetar el presente dignificando y empeñándose en valorar las culturas de vuestros pueblos. En esto también se juega la dignidad: en la autoestima cultural. Vuestros pueblos no son el “patio trasero” de la sociedad ni de nadie. Tienen una historia rica que ha de ser asumida, valorada y alentada. Lassemillas del Reino fueron plantadas en estas tierras. Estamos obligados a reconocerlas, cuidarlas y custodiarlas para que nada de lo bueno que Dios plantó se seque por intereses espurios que por doquier siembran corrupción y crecen con la expoliación de lo más pobres. Cuidar las raíces es cuidar el ricopatrimonio histórico, cultural y espiritual que esta tierra durante siglos ha sabido “mestizar”. Empéñense ylevanten la voz contra la desertificación cultural y espiritual de vuestros pueblos, que provoca una indigencia radical ya que deja sin esa indispensable inmunidad vital que sostiene la dignidad en los momentos de mayor dificultad.
En la última carta pastoral, ustedes afirmaban: «Últimamente nuestra región ha sido impactada por la migración hecha de manera nueva, por ser masiva y organizada, y que ha puesto en evidencia los motivos que hacen una migración forzada y los peligros que conlleva para la dignidad de la persona humana» (SEDAC, Mensaje al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad, 30 noviembre 2018).
Muchos de los migrantes tienen rostro joven, buscan un bien mayor para sus familias, no temen arriesgar y dejar todo con tal de ofrecer el mínimo de condiciones que garanticen un futuro mejor. En estono basta solo la denuncia, sino que debemos anunciar concretamente una “buena noticia”. La Iglesia,gracias a su universalidad, puede ofrecer esa hospitalidad fraterna y acogedora para que las comunidades de origen y las de destino dialoguen y contribuyan a superar miedos y recelos, y consoliden los lazos que las migraciones, en el imaginario colectivo, amenazan con romper. “Acoger, proteger, promover e integrar”pueden ser los cuatro verbos con los que la Iglesia, en esta situación migratoria, conjugue su maternidad en el hoy de la historia (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 147).
Todos los esfuerzos que puedan realizar tendiendo puentes entre comunidades eclesiales, parroquiales, diocesanas, así como por medio de las Conferencias Episcopales serán un gesto profético de la Iglesia que en Cristo es «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Const. dogm. Lumen gentium, 1). Así la tentación de quedarnos en la sola denuncia se disipa y se hace anuncio de la Vida nueva que el Señor nos regala.
Recordemos la exhortación de san Juan: «Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,17-18).
Todas estas situaciones plantean preguntas, son situaciones que nos llaman a la conversión, a la solidaridad y a una acción educativa incisiva en nuestras comunidades. No podemos quedar indiferentes (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 41-44). El mundo descarta, lo sabemos y padecemos; la kénosis de Cristo no, la hemos experimentado y la seguimos experimentando en propia carne por el perdón y la conversión. Esta tensión nos obliga a preguntarnos continuamente: ¿dónde queremos pararnos?
La kénosis de Cristo es sacerdotal
Es conocida la amistad y el impacto que generó el asesinato del P. Rutilio Grande en la vida de Mons. Romero. Fue un acontecimiento que marcó a fuego su corazón de hombre, sacerdote y pastor. Romero no era un administrador de recursos humanos, no gestionaba personas ni organizaciones, sentía con amor de padre, amigo y hermano. Una vara un poco alta, pero vara al fin para evaluar nuestro corazón episcopal, una vara ante la cual podemos preguntarnos: ¿Cuánto me afecta la vida de mis curas? ¿Cuánto soy capaz de dejarme impactar por lo que viven, por llorar sus dolores, así como festejar y alegrarme con sus alegrías? El funcionalismo y clericalismo eclesial —tan tristemente extendido, que representa una caricatura y una perversión del ministerio— empieza a medirse por estas preguntas. No es cuestión de cambios de estilos, maneras o lenguajes —todo importante ciertamente— sino sobre todo es cuestión de impacto y capacidad de que nuestras agendas episcopales tengan espacio para recibir, acompañar y sostener a nuestros curas, tengan “espacio real” para ocuparnos de ellos. Eso hace de nosotros padres fecundos.
En ellos normalmente recae de modo especial la responsabilidad de que este pueblo sea el pueblo de Dios. Están en la línea de fuego. Ellos llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor (cf. Mt 20,12), están expuestos a un sinfín de situaciones diarias que los pueden dejar más vulnerables y, por tanto, necesitan también de nuestra cercanía, de nuestra comprensión y aliento, de nuestra paternidad. El resultado del trabajo pastoral, la evangelización en la Iglesia y la misión no se basa en la riqueza de los medios y recursos materiales, ni en la cantidad de eventos o actividades que realicemos sino en la centralidad de la compasión: uno de los grandes distintivos que como Iglesia podemos ofrecer a nuestros hermanos. La kénosis de Cristo es la expresión máxima de la compasión del Padre. La Iglesia de Cristo es la Iglesia de la compasión, y eso empieza por casa. Siempre es bueno preguntarnos como pastores: ¿Cuánto impacta en mí la vida de mis sacerdotes? ¿Soy capaz de ser padre o me consuelo con ser mero ejecutor? ¿Me dejo incomodar? Recuerdo las palabras de Benedicto XVI al inicio de su pontificado hablándole a sus compatriotas: «Cristo no nos ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad con Él se ha equivocado de camino. Él nos muestra la senda que lleva hacia las cosas grandes, hacia el bien, hacia una vida humana auténtica» (Benedicto XVI, Discurso a los peregrinos alemanes, 25 abril 2005).
Sabemos que nuestra labor, en las visitas y encuentros que realizamos ―sobre todo en las parroquias― tiene una dimensión y componente administrativo que es necesario desarrollar. Asegurar quese haga sí, pero eso no es ni será sinónimo de que seamos nosotros quienes tengamos que utilizar el escasotiempo en tareas administrativas. En las visitas, lo fundamental y lo que no podemos delegar es “el oído”.Hay muchas cosas que hacemos a diario que deberíamos confiarlas a otros. Lo que no podemos encomendar, en cambio, es la capacidad de escuchar, la capacidad de seguir la salud y vida de nuestros sacerdotes. No podemos delegar en otros la puerta abierta para ellos. Puerta abierta que cree condiciones que posibiliten la confianza más que el miedo, la sinceridad más que la hipocresía, el intercambio franco y respetuoso más que el monólogo disciplinador.
Recuerdo esas palabras de Rosmini: «No hay duda de que solo los grandes hombres pueden formara otros grandes hombres […]. En los primeros siglos, la casa del obispo era el seminario de los sacerdotes y diáconos. La presencia y la vida santa de su prelado, resultaba ser una lección candente, continua, sublime, en la que se aprendía conjuntamente la teoría en sus doctas palabras y la práctica en asiduas ocupaciones pastorales. Y así se veía crecer a los jóvenes Atanasios junto a los Alejandros» (Antonio Rosmini, Las cinco llagas de la santa Iglesia, 63).
Es importante que el cura encuentre al padre, al pastor en el que “mirarse” y no al administrador que quiere “pasar revista de las tropas”. Es fundamental que, con todas las cosas en las que discrepamos einclusive los desacuerdos y discusiones que puedan existir (y es normal y esperable que existan), los curas perciban en el obispo a un hombre capaz de jugarse y dar la cara por ellos, de sacarlos adelante y ser mano tendida cuando están empantanados. Un hombre de discernimiento que sepa orientar y encontrar caminos concretos y transitables en las distintas encrucijadas de cada historia personal.
La palabra autoridad etimológicamente viene de la raíz latina augere que significa aumentar, promover, hacer progresar. La autoridad en el pastor radica especialmente en ayudar a crecer, en promover a sus presbíteros, más que en promoverse a sí mismo —eso lo hace un solterón—. La alegría del padre/pastor es ver que sus hijos crecieron y fueron fecundos. Hermanos, que esa sea nuestra autoridad y el signo de nuestra fecundidad.
La kénosis de Cristo es pobre
Hermanos, sentir con la Iglesia es sentir con el pueblo fiel, el pueblo sufriente y esperanzador de Dios. Es saber que nuestra identidad ministerial nace y se entiende a la luz de esta pertenencia única y constituyente de nuestro ser. En este sentido quisiera recordar con ustedes lo que san Ignacio nos escribía a los jesuitas: «la pobreza es madre y muro», engendra y contiene. Madre porque nos invita a la fecundidad, a la generatividad, a la capacidad de donación que sería imposible en un corazón avaro o que busca acumular. Y muro porque nos protege de una de las tentaciones más sutiles que enfrentamos losconsagrados, la mundanidad espiritual: ese revestir de valores religiosos y “piadosos” el afán de poder yprotagonismo, la vanidad e incluso el orgullo y la soberbia. Muro y madre que nos ayuden a ser una Iglesia que sea cada vez más libre porque está centrada en la kénosis de su Señor. Una Iglesia que no quiere que su fuerza esté —como decía Mons. Romero— en el apoyo de los poderosos o de la política, sino que se desprende con nobleza para caminar únicamente tomada de los brazos del crucificado, que es su verdadera fortaleza. Y esto se traduce en signos concretos y evidentes, esto nos cuestiona e impulsa a un examen de conciencia sobre nuestras opciones y prioridades en el uso de los recursos, influencias y posicionamientos. La pobreza es madre y muro porque custodia nuestro corazón para que no se deslice en concesiones y compromisos que debilitan la libertad y parresía a la que el Señor nos llama.
Hermanos, antes de terminar pongámonos bajo el manto de la Virgen, recemos juntos para que ella custodie nuestro corazón de pastores y nos ayude a servir mejor al Cuerpo de su Hijo, el santo Pueblo fiel de Dios que camina, vive y reza aquí en Centroamérica.
Que Jesús los bendiga y la Virgen María los cuide. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.
_____________________
Queremos hacer presente la memoria de pastores que, movidos por su celo pastoral y su amor a la Iglesia, dieron vida a este organismo eclesial, como Monseñor Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador, y Monseñor Víctor Sanabria, arzobispo de San José de Costa Rica, entre otros.